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HORIZONTE INVISIBLE

 

 

 

 

Horizonte invisible está compuesto por un planetario personal creado mediante las constelaciones que habitan en mi piel. Un refugio que reafirma la estabilidad necesaria para vivir. Una construcción completamente firme y segura. La otra parte del proyecto es una serie de fotografías que muestran el inicio de mi obra. Un conjunto de figuras que recorren mi cuerpo dibujando un camino únicamente descifrable por mi.

 

 

La piel es la frontera que nos separa de los demás. Determina donde pertenecemos, reflejando nuestras raíces biológicas y geográficas. Muchas veces refleja los estados del alma, pero la piel no es el alma, solo es una coraza para protegernos de todas las agresiones, tanto externas como internas. Es la superficie de nuestro cuerpo. Un mapa de constelaciones hechas por frágiles pedazos de mi horizonte invisible. Un conjunto de señales que, vinculadas mediante trazos imaginarios, crean siluetas sobre mi cuerpo. Una guía para orientarme hacia mi refugio, a mi yo más interno. Así, imaginando figuras con las cuales mi cuerpo se relaciona, me será más fácil recordar el camino.

 

 

serie fotográfica

40 x 50 cm
Lisboa, 2013

instalación

madera | tela | leds

165 x 330 cm
Lisboa, 2013

 

 

 

 

El nido. Zapatos mojados, risas, juegos, piedras en los bolsillos, barro entre los dedos y ese olor a hierba que lleva dentro. El cálido hogar que siempre me resguarda y me protege de lesiones externas. 

 

El laberinto. Un laberinto memorizado inconscientemente. Un lugar de tránsito en el que siempre aparezco. Un ciclo que nunca acaba. Un ir y venir. 

 

El refugio. Ese lugar que habitamos y hacemos nuestro, una prolongación del propio cuerpo que puede llegar a ser habitado. Ese lugar donde los sueños se unen y el mundo cambia; mi bosque. 

 

Raíces. Un camino que ya conocemos. Un largo viaje que siempre me lleva al mismo lugar. Una constelación que encontramos justo en la planta de los pies, en aquel lugar más terrenal que habita en mi cuerpo. El recorrido a mis raíces. Si me quiero quedar, que me quede aquí, entre las ramas cercanas a mi hogar. 

 

A cidade. Calles verticales a motor, subidas y bajadas resbaladizas, coloridos azulejos, rotos y viejos, y muchos tranvías. Tranvías que siempre finalizan su recorrido en rincones que resultan familiares acompañados de esa música humilde de lluvia que hace vibrar el alma dormida de la ciudad.

 

La familia. Dos constelaciones que llegaron en el mismo instante. Surgieron entre un mapa ya creado para abrirse un pequeño rincón en él. Un conjunto de estrellas que forman un pequeño pentágono que fue creándose mes a mes, vértice a vértice; y dos triángulos unidos que aparecieron cada uno en su momento; el primero fue poco antes de que llegase el verano y el otro, poco después de que se fuera. 

 

El gigante que duerme. Su tierra, su isla. Una pequeña montaña de arena que se levanta entre todo un mar inmenso y yace tranquila. Allí nunca me mareo, el mar nunca está revuelto. 

 

La playa. El encuentro entre la guerra y la paz. Atrás queda la braveza del agua que baila con las olas. Atrás, el de aquí para allá. Metáfora de un antes y un después en la historia. En la costa se unen dos elementos totalmente contrarios, y por mucho que rujan y se alcen las olas del mar, al acercarse a la arena, caen rendidas a sus pies, con suavidad, dejándose amansar, pero a la vez, invadiendo cada granito de tierra que se encuentra al rendirse. 

 

El hilo y la aguja. Bajo su cuidado se escuchan historias de otras épocas y de otros lares, mientras ilustra al oyente impresionado de manos libres con instrucciones de bordado y ratilla.

 

La burbuja estival. Los momentos más ridículos y presuntamente insignificantes cerca del mar que marcaron nuestros primeros años, creyendo inocentemente que el resto de momentos de la vida serían igual que estos, salados. 

 

 

 

 

 

Abril. Abril sobresale como una de las constelaciones más enérgicas de todo el mapa. Misteriosa y llena de color, pues su luz no es blanca, tiene un ligero toque azulado que me calma en cualquier tormenta. 

 

La fiel compaña. Aquel que esperó cada día mi llegada, con desespero y entusiasmo, para dormir abrazado a mi cuello y no separarse jamás.

 

La absolución. Lluvia y frío. El perdón que reconduce los latidos de alguien predestinado a infelicidad y sufrimiento, al calor de la estima y la paciencia del hogar.

 

El faro. La figura de esta constelación ya es símbolo de protección, pues cubre mi pecho izquierdo, el lado que palpita. Su nombre hace referencia a aquel que nos ayuda a ver. Es ella la que me muestra el mundo, me lleva por él de su mano. Sin ella estoy sola, a oscuras. 

 

La cometa. Al otro lado del pecho tenemos una constelación en forma de cometa. Parece que quiere volar, pues va directa hacia la figura de El Faro. Ellas siempre van unidas. Protección y libertad. Dos constelaciones que siempre se dejan ver; no importa la estación del año ni el mes, no importa el cuando ni el donde. 

 

El escarmiento de tela. Una constelación sobre la dulce custodia que a diario nos recibía con presentes y mimos y que pretendía, con esfuerzo y sin éxito, asustarnos persiguiéndonos zapatilla en mano cuando no se cumplía con sus designios.

 

Las hermanas. Un conjunto de constelaciones formada por dos trapezoides, uno mayor que el otro. Ambos vértices de los ángulos más agudos de estos se encuentran muy cerca, como si partieran de una mismabase, unos mismos principios e ideas. Dos hermanas engendradas con la misma luz, con las mismas entrañas, pero en momentos distintos. La mayor cubre la pequeña, protegiéndola mientras ésta crece bajo su trayectoria, aprendiendo de éxitos y traspiés. De la sabiduría de haber pasado ya por ahí, aunque chocando entre ellas. Cruzándose los vectores no paralelos, para dejar paso a la originalidad y la pureza de la hermana menor. 

 

La hermana rubia. Perfecta curva estelar. La luna decreciente. Representa la cola que se agita con alegría y devoción. La fidelidad de la que llegó última y fue recibida como la primera. Es la gratitud de la que espera la llegada familiar al hogar. 

 

La noche y el día. Un conjunto de constelaciones que a primera vista parecen opuestas pero que unidas  son el equilibrio perfecto. Una constelación indescifrable que parpadea y nunca se mantiene quieta, pues siempre necesita huir para después volver a aparecer. La otra, en cambio, tres focos de luz que siempre son visibles, incluso en días de lluvia cuando las nubes no dejan ver. 

 

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